miércoles, 1 de enero de 2014

Lo que yo decía, jóvenes amando como jóvenes suicidas.

Tenían pocas cosas en común. Sus edades eran diferentes, sus maneras de pensar eran distintas la mayoría de las veces, y ya no hablemos de sus estaturas. 
Él era dueño de sí mismo, no se dejaba influenciar, era muy cabezota y tenía muy mala leche cuando quería. Era algo celoso y a veces le podía su orgullo. A él todo le daba igual. 
Ella era tan solo una niña con mucho carácter a la que le encantaba dejarse llevar. Era dura, muy dura y bastante clara, cosa que a él le repateaba. Ella se ilusionaba fácilmente, y él era de prometer cosas que duraban menos de un segundo. Ella tenía mucha seguridad en sí misma y no se dejaba influenciar por sus amistades, lo tenía todo controlado. 
Tenían estilos parecidos, a ella sus sudaderas le quedaban por las rodillas y eso a él le encantaba. Les gustaba escuchar música por la calle y jugaban a inventarse las letras de sus canciones. Él vivía a kilómetros de ella, pero hacía lo posible para ir a verle y siempre que podía, cogía el primer tren con destino en su ciudad. 
Los padres de esta chica eran algo protectores, no les gustaban nada sus amigos y le intentaban proteger de todo lo malo que estos pudieron influirle. Los padres de él le daban muchísima libertad y eso a ella le sacaba de las casillas, ¿Cuántas noches se habría quedado en su casa pensando que estaría haciendo a esas horas en la calle, tan tarde?, ¿Con quién estaría? Aún así, ella confiaba plenamente en él.
Tenían dos vidas completamente distintas y quizás, separados, podrían parecer dos personas completamente normales, pero cuando se juntaban eran como una bomba a punto de explotar (¡Y cuidado con que explote!)
Como ya conté antes, a ella le encantaba dejarse llevar, y a él, las emociones fuertes. Se pasaban las tardes dando vueltas por la zona, montados en la bici del chico, gritando y sin parar de reír. De vez en cuando, él le pedía un beso y ella se ponía histérica y le chillaba para que mirase hacia delante, pero vaya, que él seguía insistiendo. Finalmente, ella cedía y le daba el beso para que por fin se callase y siguiera conduciendo.
A él le gustaba la velocidad y ella simplemente creía en la magia. Digamos que eran como dos piezas de puzzles diferentes que encajaban a la perfección, algo como dos polos opuestos que siempre se atraen.
A él le encantaba agarrarle por la espalda y a ella apoyar su cabeza en su pecho. Mientras, él le daba un beso en la mejilla y ella solo sonreía. 
Ella adoraba quedarse abrazada a él tras cada beso y él solía decirle: "Veo que te gusta olerme, eh." Y efectivamente, a ella su colonia le encantaba, y cuando llegaba a su casa, se quitaba la sudadera, que olía a este olor tan particular y tan encantador para ella y jugaba a recordar todo lo que han hecho durante aquella tarde. 
A él le encantaba hacerle reír, bueno, y enfadarle. Ella, bueno, ella le seguía la corriente porque le gustaba todavía más cuando, después de todo, le pedía perdón y le decía eso de "Sabes que te quiero, tonta."
No eran la típica pareja empalagosa que estaban todo el día pegados, pero cada momento que vivían juntos era único e irrepetible.
Eran unos chicos con una relación muy especial: Se peleaban como niños pequeños, jugaban a quererse como los mayores y se cubrían y se protegían como si fuesen hermanos.
A él le gustaban las sorpresas y a ella recibirlas, bueno, excepto cuando le decía lo típico de "Oye, baja al portal que estoy aquí." Y ella todavía estaba paseándose en pijama por casa y refunfuñaba entre dientes "Hay que ver las locuras de este niño, cualquier día..."
Digamos que estaban un poco locos, bueno, muy locos y la gente les miraba raro cuando iban haciendo tonterías por la calle, pero igual, yo creo que se morían de la envidia, ¡Cuántos querrían una relación así!
A pesar de sus diferencias, tenían una cosa en común: Estaban locos, el uno por el otro, y aunque nadie apostó nada por ellos, se quisieron como nadie. 
¡Ay cuánto amor, y ahora cuánto limón en la herida, jóvenes amando como jóvenes suicidas!



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